martes, 14 de junio de 2011

ilusiones en el asfalto.




Sentí una molestia en el pulgar. Al bajar la mirada gracias a un grito agudo por parte de mis primos, noté la herida; la mitad de la piel de mi dedo había cedido, sin que me diera cuenta. No dolía.
La sangre decoraba el asfalto caliente que sin ninguna sensibilidad acariciaba mis pies, desnudos por decisión propia, mientras caminaba por la acera, hacia la casa. Ni por que me pagasen iba a entrar a una piscina llena de cloro con una herida recién hecha, y más que todo, llena de gente que me miraba extraño. Sujetaba la toalla de caricaturas precariamente en mi pecho. Cubría todo mi cuerpo apenas bronceado aquel día... ¿qué hora era, las cuatro de la tarde...?

Bah, daba igual.
Al cruzar la calle con toda la lentitud del mundo, al notar las múltiples miradas de los patinadores sobre toda yo, con mi cabello rebelde, mi bañador verde apenas notable, mi mirada esquiva, mi dedo sangrante. Al sentir el sol vespertino lamerme la piel desnuda de los brazos y el rostro, al ver a aquellos niños jugando con sus triciclos en la calle llena de casitas iguales, tuve la sensación de convertirme, por breves momentos, en una típica niña de los suburbios margariteños.

Y aunque no era desagradable, dudo que pudiese acostumbrarme. Seguí caminando para dejar atrás a la joven de paño de caricaturas que gritaba por quedarse en aquel lugar.

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