lunes, 30 de mayo de 2011

Mynh & Jarno {Borrador}

Luego de desviarse una vez y perderse otra, llegaron a una pequeña cabaña de aspecto rústico que transmitía una extraña sensación hogareña. Era un lugar agradable, con todo de lo que se había jactado Mynh. Antes de entrar, dejaron la moto estacionada detrás, por si tenían que huir.

Como si ya estuviera acostumbrada a aquellas lides, Mynshaik se quitó las botas apenas entrar al dormitorio, con sueño. El hambre y el cansancio estaban a la par, pero no quería levantarse. Ni tuvo que hacerlo, puesto que a los momentos, Jarno había puesto dos sándwiches en la mesita para ella, mirándola con una mezcla de admiración e intenso deseo. Estaba solamente en bóxers y beani, a pesar de que hacía un poco de frío. Pronto estuvo bajo las sábanas, aferrado a su cintura.

―Gracias por salvarme la vida ―susurró en su oído, provocándole cosquillas y mal disimuladas risitas.
―Esto es más divertido si estás vivo.
―Lo sé.
―Pero no me voy a acostar contigo.
―¿Y yo soy el aguafiestas…?

Ella volvió a soltar una pequeña carcajada que se detuvo en seco al sentirlo resbalar su mano entre el cuello; uno de sus puntos débiles. Cerró los ojos con imperturbabilidad, esperando dormirse antes de que su novio tomara medidas más drásticas. Jarno suspiró, resignado, mientras le acariciaba el cabello. Había tantas cosas que arreglar con tan poco tiempo…


~

El astro rey estaba alto en el firmamento, pero su brillo no estaba en todo su esplendor, dado que lo opacaban. Aunque no caía ni una gota, el ambiente frío obligaba a la pareja a quedarse bajo las frazadas hasta tarde, más por pereza que por cualquier otra cosa, sin embargo, debían volver a la realidad… al menos parcialmente. Abrieron los ojos casi al mismo tiempo.

―Buenos días, idiota durmiente ―dijo Mynh por todo saludo, estirándose a lo largo y ancho de su pecho, donde estaba tirada. Él suspiró, ignorando el comentario para apretarla contra sí.
―Buenos días, fosforito.

Disfrutó un largo rato del contacto con la cálida piel, hasta que sintió la necesidad de la nicotina llamándolo desde la mesa de noche. Con un yesquero negro encendió los cigarrillos, fumando con una mano. La otra estaba ocupada frotándole los ojos. Tenía un gesto de cansancio en el pálido rostro que le daba aspecto de alguien mayor, pero era solamente porque recién había despertado.
Con pasos tambaleantes caminó hasta la ventana más próxima, abriéndola de par en par; El aire frío le erizó la piel. Inhaló y exhaló el aire fresco del exterior con gesto casi lujurioso, mezclando el humo con neblina.

El clima de afuera era propicio para lo que quería hacer adentro…
―No deberías fumar antes de comer, ¿no crees? ―indagó su ¿novia?, enarcando una ceja, aunque ella ya tenía un chicle en la boca. No quería cocinar.
―Si nos ponemos a pensar en lo que deberíamos y no hacer, creo que no terminaríamos…

Ambos soltaron una carcajada. Él se dio media vuelta, volviendo hacia Mynshaik para tirarla sobre el amplio lecho, aplastándola con su peso.
―Creo que estás engordando ―se quejó la chica en broma, justo antes de que los labios del rubio la callaran definitivamente.
Una mano traviesa se deslizó bajo larga camiseta que utilizaba para dormir, a sabiendas de que no llevaba nada más que eso, acariciándole los senos con apasionada fuerza. Los gemidos que salían de la boca de la muchacha únicamente lo incentivaban más; con los labios entreabiertos iba marcando un estrecho camino húmedo en su piel, saboreándola gustoso. Terminó de arrancarle la polera, tirándola bajo la cama sin compasión a la vez que bajaba la boca por el pecho amelocotonado.
―Di mi nombre.

Ella meneó la cabeza, negándose divertida, cuando la lengua de Jarno se entretuvo con uno de sus pechos. Los agudos colmillos del chico se clavaron en el, sin la fuerza suficiente para causar daño, pero si para hacerle dar un grito que se escuchó en toda la cabaña. Con aparente malcriadez, torturó los senos de la chica hasta oírla suspirar.
―Maldición, di mi nombre.

Lo único que llevaba puesto era el ceñido bóxer negro de siempre, que le estuvo haciendo compañía a la camiseta en pocos segundos. Ahora, Mynshaik estaba sobre él, y lo miraba con un gesto de complicidad mientras se volvían uno a través del cuerpo. Ambos jadeaban; Jarno tenía el cuello lleno de marcas rojas, por tantos mordiscos… ella, los brazos inmovilizados bajo el rubio, que a pesar de quedarse allí, no iba a dejar que le ganara. Por más extraño que sonase, el sexo les divertía a ambos; claro, que los el placer era primario, pero sentía que estaba haciendo una travesura que nadie descubriría…o eso creía. En medio de uno de sus chillidos la puerta se abrió de par en par.
Unos ojos carmesí los miraban fijamente con gesto asombrado, abiertos de par en par. No estaban bajo ninguna frazada, y supuso que se podía ver con todo el detalle posible cosas que no deberían ser de expectación pública. Ambos tardaron en reaccionar, más bien, el único que reaccionó fue Jarno, que, sin separarse de ella, cubrió su desnudez con una sábana.

Se sentía un silencio muy incómodo en el ambiente. Flor torció el gesto, pues no le agradaba demasiado la escenita que había interrumpido. Dejó en el tocador una bolsa con comida, un periódico, algunos billetes.
―Llama a casa pronto.
Un parpadeo; ya no estaba. Hubiese pensado en la posibilidad de estar alucinando, pero Jarno soltó un suspiró antes de reírse a carcajadas.
―¿Alguna vez creíste que tendrías un orgasmo con tu hermana mirándote?

Mynshaik se enrojeció, totalmente avergonzada, y le atinó un golpe al hombro.

―Me voy a preparar el desayuno…
―Pero si yo ya estaba comiendo ―se quejó Jarno, frunciendo el entrecejo. Ella puso los ojos en blanco, levantándose. Curvó sus labios en un óvalo extraño cuando bostezó, caminando hacia el mueble donde yacía el dinero, con algunos víveres y enlatados.
Jarno la acompañó a darse un baño de agua caliente para relajarse (aunque lo ideal hubiese sido uno de agua fría para calmar las ansias de sexo). Había alguna ropa de su talla en el clóset, pero se dio por satisfecho con un pantalón de algodón. El torso desnudo era objeto de observación constante por parte de la muchacha mientras cocinaba, pues fumaba en la esquina del mesón algo que no era tabaco, con expresión serena. Las ventanas estaban abiertas, pero sin embargo, el olor de la marihuana la estaba mareando.
Ella también andaba cómoda, sin maquillaje y descalza; el piso estaba suficientemente limpio.

Unas bolitas de queso bastaron para saciar su apetito (y el del rubio), que estaba sorprendido de que ella supiese siquiera sostener una sartén. Comía recostada entre sus piernas. Él se entretenía con su cabello, pues al parecer, no se cansaba de hurgar con los dedos en él; su ración de bolitas ahora estaba alojada en su estomago.

―Antes de conocer a Khazeri, yo no tenía familia. Sólo mi hermana, pero constantemente estaba de viaje…―recordó, mirando al techo luego de que Jarno murmurara algo como “es’dan uy icas” ―. Así que tuve que aprender a sobrevivir por mi cuenta. Sé hacer prácticamente de todo… supongo que por eso aprendí a robar…
― ¿qué le pasó a tu hermana?
―Murió de cáncer… fumaba mucho.
Jarno se dio cuenta que, por su tono, no quería hablar mucho del asunto, así que cambió el tema con naturalidad, abrazándola más fuerte.

Al margen de la fastidiosa realidad del exterior, Mynshaik y Jarno se pasaban el día en aquella casa, aunque no era ni la mitad de malo de lo que podía parecer. Todos los días miraban las noticias, para ver si las cosas se habían calmado, pero pasaban sin cambio aparente. Se acostaban muy entrada la madrugada haciendo el amor, despertando bastante pasado el mediodía, comían cosas cuyo nivel de vitaminas les daba igual, hablaban mucho sobre todo... Claro que había días en que no dejaban a la peli naranja salir del lecho.

Lo único tedioso eran las llamadas; entre sus dos hermanos, el acoso era prácticamente insoportable, al punto de que a veces tenían que descolgar el teléfono. En el fondo, Jarno comprendía a Skabriell; su hermano prófugo, la prensa sobre él… Debía estar sometido a un estrés terrible. Kaze, sin embargo, ya debía haber mandado a todos a la santificada mierda; cuanto estaba enojada era el demonio en persona, además, con el cariño que le tenía al joven de cabellos morados, dudaba que dejaba que lo jodieran mucho. Al menos, estando ella presente.

Así transcurrían los días de los jóvenes, que llevaban una “típica vida de recién casados”.

~
―Nope…
―Anda ―el rubio la asió por una muñeca, impidiendo que se levantara ―una vez más…
―Yo tengo que consumir proteínas, ¿sabes?

Con otro ligero tirón, logró zafarse el agarre, avanzado desnuda por el corredor de madera. Total, la había visto así una, otra y otra vez, no tenía demasiada importancia. Podía caminar descalza con tranquilidad por el piso limpio, claro, por ella misma; Jarno no parecía ni saber cómo se agarraba una escoba. Notaba un extraño mareo, pero supuso que era a la falta de alimento.
Sin embargo, a penas mordisquear el emparedado, tuvo que correr al baño tapándose la boca.

Vomitó hasta que le dolieron las costillas.

―¿Qué te pasa, bebiste demasiado anoche? ―preguntó Jarno, medio en serio, medio en broma, al verla salir del baño luego de cepillarse los dientes compulsivamente. Estaba de un horrendo color pálido, verdoso, y su expresión daba pena ―, te ves fatal…
―No lo sé. Me siento mal.

Se sentó en la cama con la cara entre las manos, sujetándose la cara. Trataba de pensar cómo iba a conseguir un maldito medicamento para el dolor de estomago… era extraño, llevaba dos meses sin dolores. Solo mareos, producto de las múltiples borracheras. Dos meses sencillamente perfectos… sin problemas.
Duró un rato tratando de encontrar la manera de colarse en una farmacia sin ser descubierta, pero en su mentecilla divagante se coló otra información al azar; ¿por qué llevaba dos meses sin el período? Claro, eso, la gran parte del tiempo, es algo que no se olvida, pero cuando pasas el tiempo en una cama, con un tipo ninfómano (no sabía el nombre de ese trastorno en los hombres), sobreviviendo a base de comida rara, cerveza y con una absoluta indiferencia a un coma etílico, bueno, se te pasan algunas cosas.

La verdad se juntó tan rápido en su cabeza que sintió como si un choque de tercer grado estuviera ocurriendo en su cerebro.
No. No. No.
A ver, ¿cómo se le habían olvidado…? Esa sensación de que dejaba algo al escaparse, no era simplemente una sensación. La cajita con las pastillas; la había dejado en casa de Kaze.
Solamente pudo darse un enorme puñetazo en la frente y dar un grito ahogado. Todo se había ido a la mierda… o estaba bastante cerca de eso. Nueve meses, ¿qué haría? ¿darlo en adopción? ¿matarlo? ¿abortar? La última opción sería tentadora, pero las probabilidades de que ella muriera también eran altas.

-Jarno.
El estaba en la cama, observándola con un leve ademán extrañado.
-vamos a ser padres.

Ambos se quedaron en silencio un largo e incómodo rato. Él parecía de piedra, pero ella se levantó de un tirón, metiéndose a la ducha. Salió en pocos minutos, secándose apresuradamente. Desparramó un montón de ropa negra, roja y fucsia sobre la cama, casi sobre él, hasta dar con algo que nada tenía que ver con su estilo: Un vestido. Y blanco, ¡por amor a Dios!... sin embargo, necesitaba salir, y si iba con sus pintas, probablemente la cogiese la policía. No dudaba que cierto agente de la ley moría por ponerle las manos encima a la “chica de Bathory”.

Terminó con un maquillaje “smoke eyes”, que no se notaba por los lentes de sol. Apenas si parecía ella: Solo la delataba el color de su cabello, que recogió en un moño alto que en su vida había usado.
Le dio un beso largo al rubio antes de salir.

-Voy a hacerme un ecosonograma. Necesito confirmar si nos jodimos la vida.





tiene más errores que los métodos de crianza de un tuki, pero bueno.
Espero te guste, Vickoh.
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